Toda esta informacion se debe al ilustrisimo don " Guillermo Jiménez Smerdou " gracias .
La primera farmacia de Málaga que decidió establecer el servicio Abierta toda la noche fue la de don Bonifacio Gómez en la calle San Juan. Don Bonifacio, el boticario, que es como antes se decian a los farmacéuticos, era un personaje entrañable, muy respetado y querido por los malagueños. La gente acudía a él en la seguridad de que le recomendaría lo mejor para el mal que le aquejaba... y más barato. Como buen farmacéutico prefería preparar en la botica las cremas, las pócimas, los brebajes... para mitigar un dolor por una picadura, para curar una quemadura casera, una diarrea, una tos u otro mal menor.
Como habitaba en una planta superior del edificio en cuyos bajos estaba la farmacia, a cualquier hora de la noche, don Bonifacio descendía a la botica para atender a los que acudían en demanda de ayuda urgente.
Cuando él, por alguna razón, se sentía indispuesto con fiebre, tos o algún dolor, advertía a la familia: «De abajo –refiriéndose a la botica– no me subáis nada». Prefería curarse solo, sin tomar ningún potingue, ni píldora, ni sello, que es como se conocían las dos obleas redondas que encerraban en su interior las dosis curativas.
La primera farmacia de Málaga que decidió establecer el servicio Abierta toda la noche fue la de don Bonifacio Gómez en la calle San Juan. Don Bonifacio, el boticario, que es como antes se decian a los farmacéuticos, era un personaje entrañable, muy respetado y querido por los malagueños. La gente acudía a él en la seguridad de que le recomendaría lo mejor para el mal que le aquejaba... y más barato. Como buen farmacéutico prefería preparar en la botica las cremas, las pócimas, los brebajes... para mitigar un dolor por una picadura, para curar una quemadura casera, una diarrea, una tos u otro mal menor.
Como habitaba en una planta superior del edificio en cuyos bajos estaba la farmacia, a cualquier hora de la noche, don Bonifacio descendía a la botica para atender a los que acudían en demanda de ayuda urgente.
Cuando él, por alguna razón, se sentía indispuesto con fiebre, tos o algún dolor, advertía a la familia: «De abajo –refiriéndose a la botica– no me subáis nada». Prefería curarse solo, sin tomar ningún potingue, ni píldora, ni sello, que es como se conocían las dos obleas redondas que encerraban en su interior las dosis curativas.
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