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28 de octubre de 2014

HISTORIA DEL MITICO NEGOCIO MALAGUEÑO " LA BUENA SOMBRA" :





HISTORIA DEL MITICO NEGOCIO MALAGUEÑO " LA BUENA SOMBRA" :


 


Para que no se pierda en el olvido y en ningún rincón olvidado y para que todos los malagueños no lo olviden aquellos que lo conocieron y los que no. Este articulo es obra de mi amigo " JOSE ANTONIO BARBERA " que yo se que el me deja que lo publique , gracias jose.
Allá por los años sesenta, Málaga contaba con una población de 301.048 habitantes, siendo años de importante emigración hacia otras capitales españolas, Barcelona y Madrid, aunque fueron muchos los que marcharon hacia el exterior del país, principalmente a Francia, Alemania y Suiza.
Fueron muchos los que partieron, pero fruto del comienzo del desarrollo turístico, igualmente Málaga recibe un flujo de inmigrantes de la provincia y de fuera de ella, con destino en su capital y la costa del sol occidental. La realidad económica de esos años tienen desequilibrios internos, una agricultura muy tradicional, una industria que está quedando pequeña y poco competitiva por obsoleta y un sector turístico que da comienzo a un desordenado arranque a partir de los cincuenta y plenitud en unos eufóricos años sesenta, que entre otras muchas cosas da lugar al crecimiento de las industrias de alimentación y bebidas.
Son años de comienzos de expansión y de dejar atrás otros de dificultades. En esos años, la ciudad cuenta con afamados locales donde pasar ratos agradables en compañía de los amigos, siendo unas tapas y un buen vino de la tierra, los mejores alicientes para una buena tertulia. Uno de esos bares de buen tapeo y mejor comer, convertido para muchos en recuerdo casi mítico por los inolvidables ratos en él transcurridos y, con el magnificante valor añadido del tiempo ya pasado era La Buena Sombra, establecimiento que a partir de su fundación en 1955, pero sobre todo en aquellos años sesenta, se convertiría en académico lugar de reunión de poetas y escritores, lugar de exposición para pintores, farándula para los estudiantes y de tímidos comienzos de asambleas por quienes pretendían pertenecer a la clase política del mañana.
Se dice que quien busca, encuentra y así sucedió, fue satisfecha mi curiosidad por conocer algo más del recordado lugar, situado puerta con puerta de otro visitado y conocido establecimiento de esparcimiento, Billares Málaga, campo de amistosos y "futbolinescos" encuentros para ver quiénes pagaban la "convidá" en La Buena Sombra, la que visitábamos los domingo que el bolsillo permitía gastarse unas cuantas de las de entonces pesetillas rubias o doradas, como la juventud que "padecíamos" en esos años.
Y ocurrió como a veces pasa que, cuando menos se espera, salta la liebre, y en la tertulia de los miércoles, hablando de estas cosas con los amigos, uno de ellos comentó que "soy amigo de quien posi-blemente mejor puede dar fe de lo ocurrido en La Buena Sombra, desde antes de su fundación hasta sus últimos minutos".- ¿Y quién es, Antonio? le pregunté. - Pues quién va a ser: Félix, el camarero, me contestó.
Al día siguiente, Villodres y un servidor estábamos llamando a la puerta de este hombre de ojos agradablemente claros, mantenedores del brillo y lozanía de los años mozos que íbamos a recordar. A Félix el tiempo no aparenta haberle hecho más mella de lo que la edad ofrece necesariamente; mantiene una mente lúcida y precisa y una memoria privilegiada, que como el agua, es fresca y clara a pesar del tiempo transcurrido. Así, una vez pasado los saludos, le pedimos nos contase lo suficiente como para volver a dar un poco de ilusión a los nostálgicos recordadores de esos años y de ese bar; como vamos a hacer seguidamente tomando buena nota de lo que el nos relató, aunque antes sería bueno conocer un poco de la historia de la calle en que estuvo enclavado el bar de tapas, vinos y licores "La Buena Sombra", nombre no carente de oda y poesía.
Estuvo en la calle de Sánchez Pastor, cuyo origen fue consecuencia de la demolición del convento de las Carmelitas Descalzas de San José, que se habían trasladado a este lugar en 1587; dicho convento ocupaba un solar entre las calles de Granada y Santa María, siendo por esta calle donde tenía la fachada principal. Uno de sus laterales daba a un callejón sin salida llamado de Carmelitas, al que se accedía so-lamente por calle Santa María. Este callejón se abrió hasta la calle Granada en 1873, tras la demolición del convento, dándole a la nueva calle el nombre del alcalde impulsor de las obras.
Antes de ser La Buena Sombra, el local estaba ocupado por una empresa llamada Sur de España, similar a las Campanas o Quitapenas, por poner un ejemplo, con sucursales en varios sitios de la ciudad. El propietario, Salvador Zapata, no tuvo fortuna con el negocio, dando opción en favor de Enrique Pariente Montero de crear un nuevo negocio, que se inauguraría en el año 1955.
El local tenía un largo pasillo como entrada, al que bordeaban las mesas hasta el interior, en el amplio salón, donde otras muchas eran atendidas durante la semana por un solo camarero, Félix Rico, acompañado por dos camareros más en los fines de la semana. Al fondo, la barra atendida por el encargado, Vicente Martín Bonilla, que mantenía a sus espaldas una amplia gama de barriles con los diferentes hijos de la vid, en selectos caldos, para ser degustados por los diferentes paladares de los parroquianos.
El establecimiento siempre tuvo adornada sus paredes, ya fuese cubiertas de carteles de toros, unos de festejos ya pasados y otros de los por llegar, no en vano tomaron aquí sus vinos el torero Cayetano Ordóñez, Niño de la Palma, junto a su amigo Ernest Hemingway; o de los cuadros de los pintores malagueños que solían asistir al local, en espera de gloriosos comienzos para sus carreras pictóricas, tras tratar de conseguir el primer premio en certamen de pintura La Buena Sombra, fallo que otorgaba un jurado proveniente de Madrid, traído por Chicano. Y mientras en el certamen se producía la elección de los ganadores, se hacían las chorizadas entre pintores y clientes, consistentes en chorizos a la plancha y vinillo. Tras los premios, los de consolación para todos los participantes y asistentes: espátulas y jarras de barro grabadas con el anagrama "Certamen de pintura La Buena Sombra". Entre otros pintores que colgaron sus cuadros allí, estaban Francisco Garcés, Antonio Ayuso o Concepción Díaz. Esas paredes también estuvieron llenas de deliciosas caricaturas de personajes famosos y conocidos que frecuentaban el local, realizadas por Parejo.
Según nos iba comentando Félix Rico, la vida del negocio tuvo tres etapas bien diferenciadas, la primera de ellas, la formada por estudiantes de la escuela de Comercio, Magisterio y Peritos Industriales, que gastaban su dinero y su tiempo más agradablemente en La Buena Sombra, que en las clases. Estudiantes de familias bien situadas, procedentes sobre todo de Granada, pero los había también de Mallorca y Canarias, formando grupos ante las tapas y los vinitos por lugares de procedencia; los canarios hacían sonar en sus guitarras las canciones de sus islas, las Isas, los mallorquines sus boleros y los andaluces el flamenqueo; y así se divertían unos y otros. Curiosamente, de los grupos de peritos que iban a La Buena Sombra, tan sólo una pareja de novios logró sacar el título.
La segunda época correspondió a la de los grupos familiares, donde coger mesas los sábados y domingos era como la serie de la televisión: "misión imposible", debido a la buena cocina de este bar, regentada por Paquita Ruiz y Antonio, su marido, como negocio independiente del bar, al que pagaban el quince por ciento del total vendido, con aproximadamente 16 tapas diferentes, raciones y medias raciones, que no sólo ponían aromatizado ambiente en el propio local, sino que los olores se esparcían por los alrededores de forma tal, que con sólo respirarlos ya alimentaban; entre ellas estaban los guarritos, que consistían en filetitos de cerdo a la plancha en bollitos; callos y estofados, rape frito, a la plancha y con mayonesa, patatas fritas con mayonesa en plato o en cucuruchos de papel para llevar, boquerones fritos y al natural, croquetas, pulpo frito y adobo; y las que se hayan quedado en el tintero por recordar; lista memorizada a base de repetirla a cada cliente o mesa que se ocupaba; no obstante, cuando la bulla empujaba y los clientes pasaban más tiempo del necesario en decidirse, Félix lo solucionaba ofreciéndoles "que guarritos para todos"; solía ser la más aceptada de las decisiones. No obstante más de una vez se notaba la satisfacción de algún cliente al encontrar una mesa reservada para él sin haberla solicitado con anterioridad. Era la profesionalidad y el conocimiento de los clientes.
Los habituales que ocupaban las mesas del pasillo de entrada o salida, según se mire, que eran las más alejadas de atención por los camareros, sobre todo en los días de fiesta, para no esperar largo rato la visita del camarero con la cuenta para cobrar, ellos mismos la preparaban, dejando la suma total y una propinilla sobre la mesa; más tarde lo recogerían los camareros, sin que nadie tocase un céntimo del importe dejado. Aunque a veces, afortunadamente las menos, se marchaban algunos "listos" sin pagar, y tras el fracaso de la carrera del camarero tras los deudores, el importe no cobrado se distribuía equitativamente entre las mesas ocupadas, incluyendo en el cobro de cada una de ellas la cantidad que fuese, para cubrir el déficit.
El salón estaba cubierto por un enorme tragaluz de cristal, al que el tiempo había deteriorado y, cuando llovía era curioso ver a los clientes en el mostrador con una copa en la mano y con la otra, amparándose con el paraguas de la lluvia que mojaba todo el local a través de las roturas del desprotegido tragaluz.
Llegaremos al final de esta pequeña remembranza, que no añoranza, porque eso sería como correr tras el viento, como dice el proverbio; y no por falta de historias, sino por carencia de espacio, yendo directamente hasta la tercera y más dolorosa época del bar, la de la decadencia, que dio comienzo cuando los grupos políticos que allí se reunían, se marcharon a otros lugares más idóneos donde realizar sus manifestaciones, al igual que hicieron los más bohemios y pacifistas al huir de otros grupos políticos menos de acuerdo con ese tipo de pensamientos y principios; a lo que se sumó la ausencia del público de siempre, que terminó también por marcharse a consecuencias del consumo de droga en su interior y por su venta a las mismas puertas, con las consiguientes redadas policiales. Así llegó el final; en el año 1981 se liquida al personal y se traspasa el local, acabando poco más de un cuarto de siglo de historias y anécdotas, personas y personajes, vinos y tapas, pintura y literatura, todo ello mezclado y unido a un nombre que quedó para el recuerdo de los nostálgicos de unos años inolvidables: 'LA BUENA SOMBRA'.


Para que no se pierda en el olvido y en ningún rincón olvidado y para que todos los malagueños no lo olviden aquellos que lo conocieron y los que no. Este articulo es obra de mi amigo " JOSE ANTONIO BARBERA " que yo se que el me deja que lo publique , gracias jose.
Allá por los años sesenta, Málaga contaba con una población de 301.048 habitantes, siendo años de importante emigración hacia otras capitales españolas, Barcelona y Madrid, aunque fueron muchos los que marcharon hacia el exterior del país, principalmente a Francia, Alemania y Suiza.
Fueron muchos los que partieron, pero fruto del comienzo del desarrollo turístico, igualmente Málaga recibe un flujo de inmigrantes de la provincia y de fuera de ella, con destino en su capital y la costa del sol occidental. La realidad económica de esos años tienen desequilibrios internos, una agricultura muy tradicional, una industria que está quedando pequeña y poco competitiva por obsoleta y un sector turístico que da comienzo a un desordenado arranque a partir de los cincuenta y plenitud en unos eufóricos años sesenta, que entre otras muchas cosas da lugar al crecimiento de las industrias de alimentación y bebidas.
Son años de comienzos de expansión y de dejar atrás otros de dificultades. En esos años, la ciudad cuenta con afamados locales donde pasar ratos agradables en compañía de los amigos, siendo unas tapas y un buen vino de la tierra, los mejores alicientes para una buena tertulia. Uno de esos bares de buen tapeo y mejor comer, convertido para muchos en recuerdo casi mítico por los inolvidables ratos en él transcurridos y, con el magnificante valor añadido del tiempo ya pasado era La Buena Sombra, establecimiento que a partir de su fundación en 1955, pero sobre todo en aquellos años sesenta, se convertiría en académico lugar de reunión de poetas y escritores, lugar de exposición para pintores, farándula para los estudiantes y de tímidos comienzos de asambleas por quienes pretendían pertenecer a la clase política del mañana.
Se dice que quien busca, encuentra y así sucedió, fue satisfecha mi curiosidad por conocer algo más del recordado lugar, situado puerta con puerta de otro visitado y conocido establecimiento de esparcimiento, Billares Málaga, campo de amistosos y "futbolinescos" encuentros para ver quiénes pagaban la "convidá" en La Buena Sombra, la que visitábamos los domingo que el bolsillo permitía gastarse unas cuantas de las de entonces pesetillas rubias o doradas, como la juventud que "padecíamos" en esos años.
Y ocurrió como a veces pasa que, cuando menos se espera, salta la liebre, y en la tertulia de los miércoles, hablando de estas cosas con los amigos, uno de ellos comentó que "soy amigo de quien posi-blemente mejor puede dar fe de lo ocurrido en La Buena Sombra, desde antes de su fundación hasta sus últimos minutos".- ¿Y quién es, Antonio? le pregunté. - Pues quién va a ser: Félix, el camarero, me contestó.
Al día siguiente, Villodres y un servidor estábamos llamando a la puerta de este hombre de ojos agradablemente claros, mantenedores del brillo y lozanía de los años mozos que íbamos a recordar. A Félix el tiempo no aparenta haberle hecho más mella de lo que la edad ofrece necesariamente; mantiene una mente lúcida y precisa y una memoria privilegiada, que como el agua, es fresca y clara a pesar del tiempo transcurrido. Así, una vez pasado los saludos, le pedimos nos contase lo suficiente como para volver a dar un poco de ilusión a los nostálgicos recordadores de esos años y de ese bar; como vamos a hacer seguidamente tomando buena nota de lo que el nos relató, aunque antes sería bueno conocer un poco de la historia de la calle en que estuvo enclavado el bar de tapas, vinos y licores "La Buena Sombra", nombre no carente de oda y poesía.
Estuvo en la calle de Sánchez Pastor, cuyo origen fue consecuencia de la demolición del convento de las Carmelitas Descalzas de San José, que se habían trasladado a este lugar en 1587; dicho convento ocupaba un solar entre las calles de Granada y Santa María, siendo por esta calle donde tenía la fachada principal. Uno de sus laterales daba a un callejón sin salida llamado de Carmelitas, al que se accedía so-lamente por calle Santa María. Este callejón se abrió hasta la calle Granada en 1873, tras la demolición del convento, dándole a la nueva calle el nombre del alcalde impulsor de las obras.
Antes de ser La Buena Sombra, el local estaba ocupado por una empresa llamada Sur de España, similar a las Campanas o Quitapenas, por poner un ejemplo, con sucursales en varios sitios de la ciudad. El propietario, Salvador Zapata, no tuvo fortuna con el negocio, dando opción en favor de Enrique Pariente Montero de crear un nuevo negocio, que se inauguraría en el año 1955.
El local tenía un largo pasillo como entrada, al que bordeaban las mesas hasta el interior, en el amplio salón, donde otras muchas eran atendidas durante la semana por un solo camarero, Félix Rico, acompañado por dos camareros más en los fines de la semana. Al fondo, la barra atendida por el encargado, Vicente Martín Bonilla, que mantenía a sus espaldas una amplia gama de barriles con los diferentes hijos de la vid, en selectos caldos, para ser degustados por los diferentes paladares de los parroquianos.
El establecimiento siempre tuvo adornada sus paredes, ya fuese cubiertas de carteles de toros, unos de festejos ya pasados y otros de los por llegar, no en vano tomaron aquí sus vinos el torero Cayetano Ordóñez, Niño de la Palma, junto a su amigo Ernest Hemingway; o de los cuadros de los pintores malagueños que solían asistir al local, en espera de gloriosos comienzos para sus carreras pictóricas, tras tratar de conseguir el primer premio en certamen de pintura La Buena Sombra, fallo que otorgaba un jurado proveniente de Madrid, traído por Chicano. Y mientras en el certamen se producía la elección de los ganadores, se hacían las chorizadas entre pintores y clientes, consistentes en chorizos a la plancha y vinillo. Tras los premios, los de consolación para todos los participantes y asistentes: espátulas y jarras de barro grabadas con el anagrama "Certamen de pintura La Buena Sombra". Entre otros pintores que colgaron sus cuadros allí, estaban Francisco Garcés, Antonio Ayuso o Concepción Díaz. Esas paredes también estuvieron llenas de deliciosas caricaturas de personajes famosos y conocidos que frecuentaban el local, realizadas por Parejo.
Según nos iba comentando Félix Rico, la vida del negocio tuvo tres etapas bien diferenciadas, la primera de ellas, la formada por estudiantes de la escuela de Comercio, Magisterio y Peritos Industriales, que gastaban su dinero y su tiempo más agradablemente en La Buena Sombra, que en las clases. Estudiantes de familias bien situadas, procedentes sobre todo de Granada, pero los había también de Mallorca y Canarias, formando grupos ante las tapas y los vinitos por lugares de procedencia; los canarios hacían sonar en sus guitarras las canciones de sus islas, las Isas, los mallorquines sus boleros y los andaluces el flamenqueo; y así se divertían unos y otros. Curiosamente, de los grupos de peritos que iban a La Buena Sombra, tan sólo una pareja de novios logró sacar el título.
La segunda época correspondió a la de los grupos familiares, donde coger mesas los sábados y domingos era como la serie de la televisión: "misión imposible", debido a la buena cocina de este bar, regentada por Paquita Ruiz y Antonio, su marido, como negocio independiente del bar, al que pagaban el quince por ciento del total vendido, con aproximadamente 16 tapas diferentes, raciones y medias raciones, que no sólo ponían aromatizado ambiente en el propio local, sino que los olores se esparcían por los alrededores de forma tal, que con sólo respirarlos ya alimentaban; entre ellas estaban los guarritos, que consistían en filetitos de cerdo a la plancha en bollitos; callos y estofados, rape frito, a la plancha y con mayonesa, patatas fritas con mayonesa en plato o en cucuruchos de papel para llevar, boquerones fritos y al natural, croquetas, pulpo frito y adobo; y las que se hayan quedado en el tintero por recordar; lista memorizada a base de repetirla a cada cliente o mesa que se ocupaba; no obstante, cuando la bulla empujaba y los clientes pasaban más tiempo del necesario en decidirse, Félix lo solucionaba ofreciéndoles "que guarritos para todos"; solía ser la más aceptada de las decisiones. No obstante más de una vez se notaba la satisfacción de algún cliente al encontrar una mesa reservada para él sin haberla solicitado con anterioridad. Era la profesionalidad y el conocimiento de los clientes.
Los habituales que ocupaban las mesas del pasillo de entrada o salida, según se mire, que eran las más alejadas de atención por los camareros, sobre todo en los días de fiesta, para no esperar largo rato la visita del camarero con la cuenta para cobrar, ellos mismos la preparaban, dejando la suma total y una propinilla sobre la mesa; más tarde lo recogerían los camareros, sin que nadie tocase un céntimo del importe dejado. Aunque a veces, afortunadamente las menos, se marchaban algunos "listos" sin pagar, y tras el fracaso de la carrera del camarero tras los deudores, el importe no cobrado se distribuía equitativamente entre las mesas ocupadas, incluyendo en el cobro de cada una de ellas la cantidad que fuese, para cubrir el déficit.
El salón estaba cubierto por un enorme tragaluz de cristal, al que el tiempo había deteriorado y, cuando llovía era curioso ver a los clientes en el mostrador con una copa en la mano y con la otra, amparándose con el paraguas de la lluvia que mojaba todo el local a través de las roturas del desprotegido tragaluz.
Llegaremos al final de esta pequeña remembranza, que no añoranza, porque eso sería como correr tras el viento, como dice el proverbio; y no por falta de historias, sino por carencia de espacio, yendo directamente hasta la tercera y más dolorosa época del bar, la de la decadencia, que dio comienzo cuando los grupos políticos que allí se reunían, se marcharon a otros lugares más idóneos donde realizar sus manifestaciones, al igual que hicieron los más bohemios y pacifistas al huir de otros grupos políticos menos de acuerdo con ese tipo de pensamientos y principios; a lo que se sumó la ausencia del público de siempre, que terminó también por marcharse a consecuencias del consumo de droga en su interior y por su venta a las mismas puertas, con las consiguientes redadas policiales. Así llegó el final; en el año 1981 se liquida al personal y se traspasa el local, acabando poco más de un cuarto de siglo de historias y anécdotas, personas y personajes, vinos y tapas, pintura y literatura, todo ello mezclado y unido a un nombre que quedó para el recuerdo de los nostálgicos de unos años inolvidables: 'LA BUENA SOMBRA'.
Para que no se pierda en el olvido y en ningún rincón olvidado y para que todos los malagueños no lo olviden aquellos que lo conocieron y los que no. Este articulo es obra de mi amigo " JOSE ANTONIO BARBERA " que yo se que el me deja que lo publique , gracias jose.
Allá por los años sesenta, Málaga contaba con una población de 301.048 habitantes, siendo años de importante emigración hacia otras capitales españolas, Barcelona y Madrid, aunque fueron muchos los que marcharon hacia el exterior del país, principalmente a Francia, Alemania y Suiza.
Fueron muchos los que partieron, pero fruto del comienzo del desarrollo turístico, igualmente Málaga recibe un flujo de inmigrantes de la provincia y de fuera de ella, con destino en su capital y la costa del sol occidental. La realidad económica de esos años tienen desequilibrios internos, una agricultura muy tradicional, una industria que está quedando pequeña y poco competitiva por obsoleta y un sector turístico que da comienzo a un desordenado arranque a partir de los cincuenta y plenitud en unos eufóricos años sesenta, que entre otras muchas cosas da lugar al crecimiento de las industrias de alimentación y bebidas.
Son años de comienzos de expansión y de dejar atrás otros de dificultades. En esos años, la ciudad cuenta con afamados locales donde pasar ratos agradables en compañía de los amigos, siendo unas tapas y un buen vino de la tierra, los mejores alicientes para una buena tertulia. Uno de esos bares de buen tapeo y mejor comer, convertido para muchos en recuerdo casi mítico por los inolvidables ratos en él transcurridos y, con el magnificante valor añadido del tiempo ya pasado era La Buena Sombra, establecimiento que a partir de su fundación en 1955, pero sobre todo en aquellos años sesenta, se convertiría en académico lugar de reunión de poetas y escritores, lugar de exposición para pintores, farándula para los estudiantes y de tímidos comienzos de asambleas por quienes pretendían pertenecer a la clase política del mañana.
Se dice que quien busca, encuentra y así sucedió, fue satisfecha mi curiosidad por conocer algo más del recordado lugar, situado puerta con puerta de otro visitado y conocido establecimiento de esparcimiento, Billares Málaga, campo de amistosos y "futbolinescos" encuentros para ver quiénes pagaban la "convidá" en La Buena Sombra, la que visitábamos los domingo que el bolsillo permitía gastarse unas cuantas de las de entonces pesetillas rubias o doradas, como la juventud que "padecíamos" en esos años.
Y ocurrió como a veces pasa que, cuando menos se espera, salta la liebre, y en la tertulia de los miércoles, hablando de estas cosas con los amigos, uno de ellos comentó que "soy amigo de quien posi-blemente mejor puede dar fe de lo ocurrido en La Buena Sombra, desde antes de su fundación hasta sus últimos minutos".- ¿Y quién es, Antonio? le pregunté. - Pues quién va a ser: Félix, el camarero, me contestó.
Al día siguiente, Villodres y un servidor estábamos llamando a la puerta de este hombre de ojos agradablemente claros, mantenedores del brillo y lozanía de los años mozos que íbamos a recordar. A Félix el tiempo no aparenta haberle hecho más mella de lo que la edad ofrece necesariamente; mantiene una mente lúcida y precisa y una memoria privilegiada, que como el agua, es fresca y clara a pesar del tiempo transcurrido. Así, una vez pasado los saludos, le pedimos nos contase lo suficiente como para volver a dar un poco de ilusión a los nostálgicos recordadores de esos años y de ese bar; como vamos a hacer seguidamente tomando buena nota de lo que el nos relató, aunque antes sería bueno conocer un poco de la historia de la calle en que estuvo enclavado el bar de tapas, vinos y licores "La Buena Sombra", nombre no carente de oda y poesía.
Estuvo en la calle de Sánchez Pastor, cuyo origen fue consecuencia de la demolición del convento de las Carmelitas Descalzas de San José, que se habían trasladado a este lugar en 1587; dicho convento ocupaba un solar entre las calles de Granada y Santa María, siendo por esta calle donde tenía la fachada principal. Uno de sus laterales daba a un callejón sin salida llamado de Carmelitas, al que se accedía so-lamente por calle Santa María. Este callejón se abrió hasta la calle Granada en 1873, tras la demolición del convento, dándole a la nueva calle el nombre del alcalde impulsor de las obras.
Antes de ser La Buena Sombra, el local estaba ocupado por una empresa llamada Sur de España, similar a las Campanas o Quitapenas, por poner un ejemplo, con sucursales en varios sitios de la ciudad. El propietario, Salvador Zapata, no tuvo fortuna con el negocio, dando opción en favor de Enrique Pariente Montero de crear un nuevo negocio, que se inauguraría en el año 1955.
El local tenía un largo pasillo como entrada, al que bordeaban las mesas hasta el interior, en el amplio salón, donde otras muchas eran atendidas durante la semana por un solo camarero, Félix Rico, acompañado por dos camareros más en los fines de la semana. Al fondo, la barra atendida por el encargado, Vicente Martín Bonilla, que mantenía a sus espaldas una amplia gama de barriles con los diferentes hijos de la vid, en selectos caldos, para ser degustados por los diferentes paladares de los parroquianos.
El establecimiento siempre tuvo adornada sus paredes, ya fuese cubiertas de carteles de toros, unos de festejos ya pasados y otros de los por llegar, no en vano tomaron aquí sus vinos el torero Cayetano Ordóñez, Niño de la Palma, junto a su amigo Ernest Hemingway; o de los cuadros de los pintores malagueños que solían asistir al local, en espera de gloriosos comienzos para sus carreras pictóricas, tras tratar de conseguir el primer premio en certamen de pintura La Buena Sombra, fallo que otorgaba un jurado proveniente de Madrid, traído por Chicano. Y mientras en el certamen se producía la elección de los ganadores, se hacían las chorizadas entre pintores y clientes, consistentes en chorizos a la plancha y vinillo. Tras los premios, los de consolación para todos los participantes y asistentes: espátulas y jarras de barro grabadas con el anagrama "Certamen de pintura La Buena Sombra". Entre otros pintores que colgaron sus cuadros allí, estaban Francisco Garcés, Antonio Ayuso o Concepción Díaz. Esas paredes también estuvieron llenas de deliciosas caricaturas de personajes famosos y conocidos que frecuentaban el local, realizadas por Parejo.
Según nos iba comentando Félix Rico, la vida del negocio tuvo tres etapas bien diferenciadas, la primera de ellas, la formada por estudiantes de la escuela de Comercio, Magisterio y Peritos Industriales, que gastaban su dinero y su tiempo más agradablemente en La Buena Sombra, que en las clases. Estudiantes de familias bien situadas, procedentes sobre todo de Granada, pero los había también de Mallorca y Canarias, formando grupos ante las tapas y los vinitos por lugares de procedencia; los canarios hacían sonar en sus guitarras las canciones de sus islas, las Isas, los mallorquines sus boleros y los andaluces el flamenqueo; y así se divertían unos y otros. Curiosamente, de los grupos de peritos que iban a La Buena Sombra, tan sólo una pareja de novios logró sacar el título.
La segunda época correspondió a la de los grupos familiares, donde coger mesas los sábados y domingos era como la serie de la televisión: "misión imposible", debido a la buena cocina de este bar, regentada por Paquita Ruiz y Antonio, su marido, como negocio independiente del bar, al que pagaban el quince por ciento del total vendido, con aproximadamente 16 tapas diferentes, raciones y medias raciones, que no sólo ponían aromatizado ambiente en el propio local, sino que los olores se esparcían por los alrededores de forma tal, que con sólo respirarlos ya alimentaban; entre ellas estaban los guarritos, que consistían en filetitos de cerdo a la plancha en bollitos; callos y estofados, rape frito, a la plancha y con mayonesa, patatas fritas con mayonesa en plato o en cucuruchos de papel para llevar, boquerones fritos y al natural, croquetas, pulpo frito y adobo; y las que se hayan quedado en el tintero por recordar; lista memorizada a base de repetirla a cada cliente o mesa que se ocupaba; no obstante, cuando la bulla empujaba y los clientes pasaban más tiempo del necesario en decidirse, Félix lo solucionaba ofreciéndoles "que guarritos para todos"; solía ser la más aceptada de las decisiones. No obstante más de una vez se notaba la satisfacción de algún cliente al encontrar una mesa reservada para él sin haberla solicitado con anterioridad. Era la profesionalidad y el conocimiento de los clientes.
Los habituales que ocupaban las mesas del pasillo de entrada o salida, según se mire, que eran las más alejadas de atención por los camareros, sobre todo en los días de fiesta, para no esperar largo rato la visita del camarero con la cuenta para cobrar, ellos mismos la preparaban, dejando la suma total y una propinilla sobre la mesa; más tarde lo recogerían los camareros, sin que nadie tocase un céntimo del importe dejado. Aunque a veces, afortunadamente las menos, se marchaban algunos "listos" sin pagar, y tras el fracaso de la carrera del camarero tras los deudores, el importe no cobrado se distribuía equitativamente entre las mesas ocupadas, incluyendo en el cobro de cada una de ellas la cantidad que fuese, para cubrir el déficit.
El salón estaba cubierto por un enorme tragaluz de cristal, al que el tiempo había deteriorado y, cuando llovía era curioso ver a los clientes en el mostrador con una copa en la mano y con la otra, amparándose con el paraguas de la lluvia que mojaba todo el local a través de las roturas del desprotegido tragaluz.
Llegaremos al final de esta pequeña remembranza, que no añoranza, porque eso sería como correr tras el viento, como dice el proverbio; y no por falta de historias, sino por carencia de espacio, yendo directamente hasta la tercera y más dolorosa época del bar, la de la decadencia, que dio comienzo cuando los grupos políticos que allí se reunían, se marcharon a otros lugares más idóneos donde realizar sus manifestaciones, al igual que hicieron los más bohemios y pacifistas al huir de otros grupos políticos menos de acuerdo con ese tipo de pensamientos y principios; a lo que se sumó la ausencia del público de siempre, que terminó también por marcharse a consecuencias del consumo de droga en su interior y por su venta a las mismas puertas, con las consiguientes redadas policiales. Así llegó el final; en el año 1981 se liquida al personal y se traspasa el local, acabando poco más de un cuarto de siglo de historias y anécdotas, personas y personajes, vinos y tapas, pintura y literatura, todo ello mezclado y unido a un nombre que quedó para el recuerdo de los nostálgicos de unos años inolvidables: 'LA BUENA SOMBRA'.