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19 de agosto de 2014

HISTORIA DEL RESTAURANTE " EL TINTERO "







HAY SITIO emblemático en malaga que se han ganado el respeto de varias generaciones y este es uno de ellos.
Esta es la historia contada por un bisnieto de su fundador.
Varias generaciones están tras la historia de este restaurante tan emblemático de Málaga.
Antiguamente las artes de pesca, las redes, estaban fabricadas con hilo de algodón y los marineros necesitan teñirlas para que cogieran más cuerpo y resistencia y no se rompieran.
Antonio, mi bisabuelo, era marinero. Poseía barcos y Jábegas aunque terminó dedicándose al arte de tintar redes de pesca. Construyó un Tintero donde venían los grandes y pequeños barcos a teñir sus redes.
El tinte se hacía con agua y porrina, que era un granulado de corteza de pino con la propia resina del árbol.
Para tintar las redes se usaban unos grandes bidones de lata de unos 4 metros de altura y capacidad para unos 24.000 litros. Se llenaban de forma manual con agua de los arroyos cercanos que era transportada en cubos con la ayuda de una cadena de vecinos, Antonio, Nono (que por aquel entonces sólo era un niño, Nonillo), hermanos y amigos. Aquella tarea les llevaba más tres horas.
Estos bidones se calentaban con leña hasta que hervía el agua junto con la porrina. Desde unas escaleras se iba moviendo esta mezcla hasta hacer el tinte. Una vez obtenido el tinte se vertía hirviendo a una acequia que contenía alquitrán, en esta acequia se hundían las redes. Al poco tiempo (unos minutos) se sacaban ya teñidas y se colgaban al sol para secar.
Esta costumbre tan arraigada de tintar las redes se terminó, cuando aparecieron las artes de pesca de fibras sintéticas, fue el momento para mi bisabuelo de dejar las redes y abrir un pequeño barecito para marineros al que puso de nombre “El Tintero”.
“Nono”, mi padre, empezó desde niño (7 u 8 años) trabajando en aquel barecito que abrió su abuelo. Fue él, quien con su gracia y manera de ser, consiguió reunir en aquel pequeño rincón a turistas, marineros y amigos que buscaban sus chistes, sus historias… su pescaito.
Con tan solo 13 años su abuelo lo elige por delante de sus nueve hijos y le alquila el barecillo. Este niño contrató a sus padres como cocineros, cambiando la vida de esta familia.
Un día se llenó tanto el barecillo que no pudo preguntar y tomar nota a todos los clientes. Eran los años 70 y aún el analfabetismo dominaba en muchas zonas, con lo que a ese escenario del bar a rebosar hay que añadir que la cocinera, que era su madre, no sabía ni leer ni escribir, y siempre se liaba con las comandas. Así que entró corriendo a la cocina diciendo a su madre: “Tú fríe lo que quieras que ya nosotros lo venderemos”. Salió entonces cargado de platos y pregonando con chistes y a viva voz lo que llevaba, los clientes que esperaban impacientes que le tomaran nota se quedaron atónitos y de repente todo el restaurante rompió en risas y aplausos al ver a este muchacho como vendía sus platos.
Pronto este barecillo fue creciendo y creciendo. Esta nueva forma de vender el pescado con tanta gracia y rapidez estaba en boca de todos. El bar se llenaba y como no tenía sitio para poner mesas, las ponía en la misma playa y se usaban las cajas de refrescos como sillas.
A la hora de cobrar, contaba los platos y los refrescos de la mesa y como el suelo era de arena era fácil enterrar más de un plato a la hora de pedir la cuenta. Una de las primeras cosas que mejoró del restaurante fue el suelo, que lo puso de hormigón!!

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